lunes, 4 de julio de 2011

EL AYUNO

A lo largo de nuestras vidas siempre hemos visto cómo las personas ayunan y ello ocurre especialmente en la semana mayor, en donde muchos se abstienen de comer carne rojas y las cambian por carnes blancas, pollo o pescado, acudiendo así a esa tradición antiquísima de ayunar, así en últimas no sepamos que significa el ayuno.

El significado de ayunar es abstenerse de comer y beber, y es precisamente lo que hacemos casi de una manera mecánica cuando hablamos de ayuno, pero me pregunto, que es realmente ayunar, para que acudimos al ayuno y de dónde viene esa práctica.

En el antiguo testamento el pueblo ayunaba en sinónimo de expiación de sus pecados, pero ya en el nuevo testamento, JESÚS nos habla sobre el ayuno, y nos dice que es el complemento de la oración, porque así como con la oración nos comunicamos con EL y le damos gracias sobre lo misericordioso que ha sido con nosotros, e igualmente le pedimos que nos cambie y nos haga unas personas merecedoras de esa gracia y misericordia suya, EL nos pide que ayunemos -que obremos- que no nos quedemos solamente con nuestras oraciones sino que actuemos, que debemos obrar conforme EL nos lo ha pedido, y esa manera de actuar es ayunando, ayunando en cada una de nuestras faltas, y no solamente nos quedemos en ese ayuno material de abstenernos de comer y beber, sino que acudamos a cada uno de nuestros problemas para empezar a ayunar en cada uno de ellos.

JESÚS nos enseñó cómo debemos de ayunar, EL fue al desierto, conducido por el Espíritu Santo, y ayunó por espacio de 40 días y 40 noches, tiempo en el que estuvo en plena oración con nuestro Padre, y luego de ello, dice la Escritura, ""Tuvo Hambre", y no fue hambre carnal sino espiritual, porque allí fue tentado y se le conminó a que convirtiera las piedras en panes para que así saciara su hambre, más EL respondió: "...No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda la palabra que sale de la boca de Dios..." Mateo 4.4. 

Observemos que el hambre que tuvo JESÚS fue de la palabra de Dios y no carnal, de donde podemos inferir que el ayuno es espiritual y no material, que ayunamos en nuestros desiertos como también lo hizo EL, que si tu desierto es el adulterio, pues ayuna en ello, si es la envidia pues ayuna en ello, esos son los desiertos a los cuales debemos acudir para nuestro ayuno, si es la bebida, pues empieza a dejarla y ayunar sobre ello, para que realmente puedas salir de ese desierto, y si son muchos tus desiertos, puedes empezar a afrontarlos uno a uno y así poder sobreponerte a todas esas situaciones por las que atravesamos en este mundo.

Por tanto el ayuno es el HACER SOBRE EL NO HACER, es actuar para dejar de seguir haciendo lo que nos lleva a nuestras dificultades, a nuestros desiertos, es un proceso que no adquirimos de la noche a la mañana, porque muy seguramente en ello serán muchas las ocasiones en las que volveremos a caer, y cuando ello ocurra no debemos desfallecer, sino volver a empezar otro ayuno, es volver a levantarse y seguir en los caminos de Dios.

De ahí que el AYUNO es una permanente comunión con Dios, y es acudir a su ayuda, a esa fuerza espiritual que nos da para sobreponernos a nuestras dificultades, pues como lo dijo JESÚS, no hay que ayunar para los hombres sino para Dios, por tanto debemos ungir nuestras cabezas y limpiar nuestros rostros, pues con el  AYUNO se busca precisamente nuestra limpieza espiritual de todo aquello que nos ha apartado de la presencia de Dios, y  se trata de un acto permanente, no de unos días, o de una época del año, sino de una constante búsqueda de Dios.

Y si para ese ayuno espiritual requieres del ayuno material, bienvenido sea, pero si solo te limitas al material y dejas el espiritual, realmente no estás ayunando conforme nos lo ha pedido JESÚS, pues se trata de una limpieza interior y no solamente de abstenerse de comer y beber.

El ayuno es el complemento de la oración, no dejemos que nuestra comunión con nuestro Padre sea efímera,  utilicemos el ayuno como la forma en que Dios quiere un cambio para nuestras vidas, empezando por limpiarnos de todo aquello que nos ha apartado de su presencia.

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